DESEO ANTIGUO
Alguna mano enciende los faros recónditos bajo mi frente
se impregnan de rocío sus tupidas ramas.
Siento los pies del árbol milenario sobre el vientre caer
como un niño escondido juega entre temblores melosos.
Sus uñas exprimen los frutos de alboradas ambiguas
en los gajos de polvo y cabecea la cumbre de mi olfato.
Desde la grieta extendida en la planicie fibrosa
palpo sus manos y su lengua poblada de pliegues.
Un ombligo zurcido muestra el contorno de su materia brillante.
¡Níveo aroma en el ocaso cruzando fulgores silentes!
En la claridad de este claustro –que es mortaja-
mis pasos se pierden buscando su idioma de savias
tras el oriundo manto de la noche.